La pequeña Maita quería tocar el cielo, a diario subía en objetos altos intentando rozar las nubes pero no lo conseguía. Subió por una escalera, subió a una silla, a un viejo banco de la abuela, a un barandal pero nada.
Una mañana muy temprano, La pequeña Maita corrió al patio y brincó lo más alto que pudo. Brincó tan alto que llegó a la luna. Estando ahí corrió, saltó y jugó en los cráteres del satélite natural.
Cuando se cansó, se acostó y comió pedazos de nubes que logró agarrar durante su viaje, tenían un sabor delicioso, como los del parque central. Pasado el tiempo recordó a su mamá y pensó que ella estaría triste por no verla, pero no encontraba la forma de volver.
Se quedó dormida y un dulce beso lo despertó. Su mamá la esperaba, al igual que la escalera, el banco de la abuela y el barandal para que siguiera intentado tocar el cielo.
Luis Eduardo Alemán Suazo
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