Esa noche era diferente a otras en Masaya, más oscura, más silenciosa,más distinta. Y ahí estaba yo caminando en esas calles vacías, buscando como llegar a casa, tranquilo, tratando de empaparme de ese silencio.
Cada paso que daba me acerca cada vez más a casa, el sueño me estaba venciendo, pero no quise caminar más rápido, siempre he disfrutado caminar en Monimbo, aunque confieso que me parecía extraño que ningún perro ladrará cuando pasaba cerca de ellos, tal vez estaban cansados igual que yo.
Iba pensando en ella, el lunes la volvería a ver, me alegraría verla entrar a la sección aunque llegará tarde. Pensaba que le iba a decir que la quería, pensaba solo en ella.
Entre tanto pensamiento un grito de la nada rompió el silencio, “aaaaaaaaaaaaay” era un grito de mujer lleno de dolor, de angustia, de muerte un grito que me tomó por las piernas y no me dejaba caminar. Ese grito me congeló.
Después de unos minutos la serenidad regresó a mí, “hay que mantener la calma, el sueño me está jugando una mala pasada” repetía mientras caminaba más rápido pero ese grito me seguía, cada paso que daba era un eco de esa queja.
Nuevamente el grito “aaaaaaaaaaaaaaaaaay” irrumpía pero esta vez con mayor fuerza y la curiosidad mató al miedo.
Yo tenía que saber de dónde venía ese grito, tenía que auxiliar al dueño de ese alarido, me armé con una piedra y corrí de un lado a otro, busqué pero la calle estaba desolada, las puertas cerradas de esas típicas viviendas monimboseñas adornaban las cuadras y los perros seguían sin ladrar.
Por tercera vez escuche ese grito de mujer que no venía ni de ahí ni de allá, venía de todas partes y por más que busque no había señal de donde venía ese desgarrador grito, así que corrí como nunca hasta mi casa.
A la fecha nunca descubrí de donde venía ese grito y aunque pregunte a personas de la zona si lo habían escuchado nadie supo responder.
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