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Cuando fui al zapatero


La ruta va lenta pero al menos va vacía y aunque el calor es sofocante de repente se viene una corriente que refresca, no encuentro las horas de llegar a la casa, pero recuerdo que todavía tengo una tarea pendiente y es la más importante del día, no hacerla puede costarme hasta la vida.


Ya estoy en el mercado Israel Lewites y busco un zapatero, necesito que repare los zapatos de mi esposa (Esa es mi tarea vital). No sé porque  pero ese puesto que está ahí me llama la atención no es distinto al resto, pegamentos, suelas, clavos, hilo y una máquina de coser pero tiene algo que me da la sensación de seguridad.

Luego de negociar por un buen tiempo pactamos el pago, creo que gané la negociación aunque yo nunca he sido bueno para eso.

Ahora solo es esperar y ese es el problema porque todavía le falta al zapatero reparar 2 pares de zapatos y el hambre ya está tocando a mi puerta.

Don Francisco Tuckler así se llama la persona que le devolverá la vida a ese calzado cansado por el uso. Don Tuckler como le dicen los amigos, los ve, los analiza como pensando por donde debe iniciar la resucitación.

¿Le vienen bastantes rumbitos aquí? Le pregunto queriendo entablar conversación para no aburrirme, “sí mijo hay bastante”  contesta algo cortante ¿Y se gana algo? ¿Alcanza para sobrevivir? Continúo preguntando, “Si uno la busca le encuentra hay que esforzarse” me  comenta.

Yo quiero seguir hablando pero él me mira como diciéndome “ahorita no joven, estoy trabajando” así que mejor me distraigo con el celular. Ya el hambre tocó, abrió la puerta y entró, el aburrimiento se incrementó y hasta ahora va a iniciar con los zapatos de mi esposa.

De repente se acerca un hombre ofreciendo un rollo como hule (según me explicaron después era material para hacer suelas) “Dame 50 varas es de buena calidad” le dice el hombre, don Tuckler acepta abre su cartera y saca un billete de 100 córdobas, inmediatamente el hombre cambia el discurso y le dice “ya sabes te las dejo en 100”.
Pero a Don Tuckler no lo engañan fácil ya es un hombre con experiencia y de forma rápida reacciona “Vos crees que soy baboso me dijiste 50 y apenas ves el de a 100 cambias de precio estás loco ándate”.
El hombre intenta negociar, le baja el precio, le ruega pero don Tuckler ya dijo que no y su opinión no va a cambiar.

“Sabe joven tengo 40 años de trabajar en calzado, yo trabaja en grandes empresas que fabricaban zapatos, después  hice rumbitos en mi casa y tengo 2 años de trabajar aquí” me comentó, yo estoy sorprendido y solo muevo la cabeza .

“Me gusta concentrarme para que todo salga bien y el cliente se vaya contento y rápido, de que me sirve acumular trabajo o hacerlo mal después no van a venir” siguió diciendo sin despegar los ojos del  zapato que se apresta a coser.

¿Usted es de aquí? ¿Trabaja o estudia? Me pregunta sin dejar de hacer su trabajo “Soy de Masaya” le respondo y me interrumpe “De Masaya de ahí es la mera mandurria de los zapateros, solo zapatos de calidad hacen”.

Como es lógico me pecho se infló por el orgullo, el hambre, el aburrimiento y cualquier otra cosa desaparecieron.

Por fin terminó,  yo veo el trabajo y me parece bien él me pide que lo revise que quiere saber si voy satisfecho, “Un cliente contento, es un cliente que regresará”.

A pesar de su edad don Tuckler aun siente  pasión por su trabajo,  trata de hacer las cosas bien sin importar lo duro o lo mal remunerado que sea, algunos dirán que lo hace por necesidad que no tiene otra opción estoy de acuerdo pero también lo hace con entusiasmo con profesionalismo.


Durante el viaje de regreso a mía casa sentí algo de envidia de don Francisco Tuckler, sí yo tuviera la misma pasión y entusiasmo que él estoy seguro que las cosas me irían mejor.

Luis Eduardo Alemán Suazo

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